El regalo que nunca llegó


Con el rostro alegre, Pablo, un niño de 6 años, esperaba sentado en la vereda de su casa esperando que el llegue Papá Noel con el regalo que le había pedido desde hace tres años.


Era una tarde del 24 de diciembre, hacía frío, había poca gente en las calles del barrio donde residía Pablo. Un sector muy pobre y lejano a la ciudad. Algo inusual sucedió, ese día ninguno de sus amigos salió a jugar al parque, a los perros callejeros no se los veía vagar por las calles, pero Pablito seguía sentado en la orilla de la acera jugando con las piedras del suelo y lanzándola lo más lejos posible.

Esperanzado, impaciente y deseoso de ver por lo menos el regalo que tanto deseaba al pie de un sencillo árbol de navidad improvisado al pie de su casa. No tenía focos, a duras penas había colocado unas tapillas de gaseosas aplanadas en las escasas ramas de un arbusto que había utilizado para improvisar un arbolito. Sus antiguos juguetes ya estaban viejos, dañados y llenos de suciedad. Esa tarde de noche buena, Pablo decidió entrar a su casa y resignarse a encontrar su tan anhelado regalo al pie del arbusto.

Consuelo, la mamá de Pablo, laboraba como lavandera en algunas viviendas de un sector adinerado de la ciudad. Sin embargo, durante esa semana no tuvo trabajo porque sus patronas estaban ocupadas en comprar los regalos para sus hijos, amigas, familiares, vecinas y demás integrantes de su exclusivo círculo social. La señora improvisó una cena muy sencilla puso a cocinar unas cuantas papas, las hizo puré y las sirvió con arroz y carne apanada. Eran los dos: Pablo y Consuelo.
El pequeño se fue a dormir haciéndole la última pregunta a su mamá: "Mami, ¿mañana recibiré regalos?.. me he portado muy bien". La madre no le dijo nada, solo le acarició el rostro a su hijo y lo arropó. Pablo se durmió profundamente, mientras su mamá lo contemplaba, de pronto una lágrima muy amarga resbaló sobre su mejilla. Eran gotas de sufrimiento, de decepción, de tristeza, pero sobre todo de impotencia. Consuelo sabía que su hijo, una vez más, no iba a recibir ningún regalo. Lloraba en silencio. La noche buena se transformó en mala, tan mala que esa misma noche, el arbusto que había improvisado Pablito afuera de su casa, se lo había llevado el viento. Ya no tenían árbol de navidad, no tenían regalos, no tenían dinero, no tenían ni siquiera una gota de alegría en su hogar.
Entre sollozos Consuelo solo supo exclamar con amargura: "No me gusta la Navidad, esta época solo es para los que tienen plata"... Aquella luz de la estrella navideña, no brilló en casa de Pablito.

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