'Olor a lluvia'

 
Cada vez que llueve la tierra se humedece y es ese olor el que me despierta los más antiguos recuerdos que transcurrieron en mi infancia y juventud. 

La lluvia no tiene olor lógicamente, pero cada vez que llovía siempre decía: "huele a lluvia". Como un ritual, siempre solía jugar fútbol a las tres o cuatro de la tarde con mis amigos de la ciudadela. Nos íbamos a pelotear a una cancha de arcilla, pero cada vez que llovía eso se convertía en un lodazal y la pelota no rodaba con facilidad. Además, mi madre siempre me regañaba porque mi ropa era de color café de la suciedad y era muy complicado lavar la ropa y dejarla como antes. 

Cada vez que llovía, me gustaba escuchar las gotas caer sobre el techo. Me asomaba a la ventana y veía como una capa blanca de gotas de agua caían con fuerza al suelo. No podíamos salir a jugar, teníamos que esperar que la lluvia parara. Ese 'olor a lluvia' me hacía despertar esas ganas de salir con mis amigos y sentirme libre, solo quería estar en la cancha de arcilla y sentir cómo las gotas me golpeaban la cabeza y de a poco me empapaba. 

El tiempo pasó y durante mi juventud realicé misiones en Mindo (2006), al noroccidente de Quito. Ahí tenía por costumbre llover todos los días a las tres de la tarde. Siempre a las tres de la tarde. Los estudiantes se refugiaban bajo los techos de las aulas de clase o bajo los árboles, otros optaban también por jugar fútbol en la cancha grande. Desde mi ventana veía cómo los chicos disfrutaban jugar bajo la lluvia, como reían, como se mojaban, cómo bromeaban... Ese 'olor a lluvia' despertaba en mi esos recuerdos de cuando era niño. No lo pensaba dos veces e iba a mi cuarto a ponerme ropa y zapatos deportivos y jugar con ellos y compartir esa felicidad que solo la lluvia es capaz de producir. El frío no era impedimento para seguir jugando y salpicando agua mientras pateábamos la pelota.

Dos años después, en el 2008, me fui de misiones al Coca, provincia de Orellana. Con los niños realizábamos dinámicas en una cancha grande de monte al ras. La humedad era insoportable en esa región y siempre coincidía que también a las tres de la tarde llovía. Una tarde estuvimos con los niños y jóvenes de la comuna 12 de abril jugando a las rondas. Ellos con su energía inagotable no se cansaban para nada. De pronto grandes gotas de agua empezaron a caer. ¡Va a llover!, gritaban los infantes alegremente. Brincaban sobre la cancha mojada, se quitaban los zapatos, corrían y gritaban jubilosos. Esas escenas de ellos me hicieron trasladar a mi etapa de niño también... Sin dudarlo me quité las botas de caucho, me arremangué la basta del blue jean y puse mi bolso con los cuadernos a buen cuidado. Mágicamente me convertí en un niño más... Los peladitos me empujaban, me tiraban lodo, me hicieron caer al suelo, quedé hecho una porquería... Pero ellos disfrutaban de ese show que a lo mejor ningún misionero lo haya realizado. 


Yo, sin embargo, era feliz, reía sin parar... Era feliz de verlos reír, disfrutar, gozar y bromear, de ver sus rostros y ropa mojada y sucia. Los más grandes también se contagiaron de esa alegría y se echaron al ruedo a jugar con nosotros y ensuciarse también. Esa comuna vivía una fiesta improvisada que solo la naturaleza la pudo organizar.

Y no hace mucho, con mi sobrina nos bañamos en el patio de mi casa en un torrencial aguacero que cayó. Volví a alegrarme al ver su rostro mojado, verla titiritar del frío, al verla reír mientras las enormes gotas le caían en la cabeza.

Esos recuerdos... Esa felicidad... Solamente el 'olor a lluvia' es capaz de transformarme nuevamente en un niño, pero en un niño feliz.

Comentarios

  1. ques pues!! jaja excelente relato amigo, comuna 12 de abril excelentes días

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  2. Claro que tiene olor la lluvia! es un olor inconfundible, diría que es mas bien de la tierra mojada, pero aún cuando no haya empezado a llover y mojarse la tierra, ya huele a lluvia.
    Que divertido es mojarse bajo la lluvia, y cuando nos liberamos de los "peros" y volvemos a ser niños otra vez, simplemente se es más feliz!
    Saludos :)

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