Me visitó Soledad





Ya era de noche, la madrugada estaba por llegar y me encontraba acostado en mi cama, a punto de dormir. Me daba vueltas y vueltas en la cama, el sueño parece que se me fue en cuestión de segundos. Por más que cerraba los ojos y trataba de poner mi mente en blanco, para descansar, no pude dormirme.




Hacía frío, me arropé hasta el cuello. De un momento a otro sentí mis ojos pesados, ya estaba a punto de quedarme dormido; de repente, escucho que tocan mi puerta.




¿Quién podrá ser a estas horas de la madrugada?... me pregunté. Como tenía toda la pereza del mundo, no quise levantarme a ver quién era. Luego de unos pocos segundos vuelven a tocar. Me desperté bien, pisé las baldosas heladas de mi dormitorio y en penumbras, abrí la puerta. No había nadie, pero algo raro sucedió en ese momento. Fue como haber sentido que me teletransportaba hacia otra dimensión, pero en realidad, estaba en mi propio dormitorio.




Lo único extraño fue que la luz de mi cuarto estaba encendida o al menos no recuerdo haberla prendido. Cerré mi puerta y al voltearme para acostarme nuevamente, me encuentro con Soledad, una amiga que no veía desde hace mucho tiempo.




- ¿Cómo hiciste para entrar?, pregunté sorprendido.


- Yo estoy en el momento más indicado de las personas... me respondió.


- Ok, pero por favor, toma asiento.


- No es necesario, así estoy bien.


- ¿Deseas algo de tomar?.


- Si tienes agua helada mucho mejor...




En ese momento, me puse las zapatillas y bajé a ver el vaso con agua helada. Traté de hacer el menor ruido posible para que nadie en mi casa se depertara e incluso preferí bajar a oscuras a la cocina. Cuando subí, Soledad se había sentado en el borde de mi cama. Me queda viendo fijamente a los ojos y me sonríe.




- Ten, aquí esta el agua... le dije.


- Muchas gracias, ahora sí, conversemos...




No supe qué hora era, pero sentí que las horas transcurrían lentamente. Conversamos de todo lo que nos había ocurrido desde la última vez que nos encontramos (no recuerdo muy bien cuándo). Hablamos del colegio, de la fiesta de graduación, de los logros amorosos, de los fracasos sentimentales, de los éxitos académicos, de las alegrías de la vida, de las penas y nostalgias; en fin, puedo decir que hablamos de absolutamente todo.




Soledad no había tomado ni una gota de agua del vaso que le subí, pero el agua sopresivamente, seguía helada. Me entró la curiosidad de saber cómo había hecho para llegar a mi casa y sobre todo para entar a mi cuarto.




- Oye, en serio, me has dejado sorprendido. ¿Cómo hiciste para llegar hasta aquí?, le pregunté.


- Mira, nada es imposible en esta vida. Todo es posible, todo.


- Mmm... yo creo que no todo.


- Por supuesto que sí, solo es cuestión de tener la convicción de lograr llegar donde quieres ir u obtener lo que deseas y listo.


- ¡Ay Soledad!, hablar es muy fácil, pero realizarlo es difícil... le respondí un poco resignado.


- Yo creo que es lo contrario. Hablar es difícil, pero hacer es más fácil...


- A ver me estás confundiendo y además te me estás yendo por las ramas, yo te pregunté cómo hiciste para llegar hasta aquí, y resulta que confundes más.


- Jajaja, ¡ay Héctor! pero ya te lo dije. Nada es imposible en esta vida y además tu sabes que yo estoy justo en el momento más indicado de las personas...


- Bueno, entonces para tí, todo es posible y llegas en el momento indicado... ¿Pero para ayudar o hacer confundir, como lo has hecho conmigo? le refuté en tono sarcástico.


- Todo es posible y depende, puedo llegar para hacerte reflexionar, para hacerte ver la realidad, para que llores conmigo y hasta para hacerte alegrar.


- Es verdad, hoy llegaste y me entretuve bastante conversando contigo y recordar viejas anécdotas.




Me quedé un poco confundido con esas respuestas de Soledad, pero las fui analizando detenidamente y a la final, resultan ser reales. No tenía noción del tiempo y según yo, ya era demasiado tarde y al día siguiente me tocaba despertarme temprano para iniciar la semana con pié derecho y con el optimismo contagiante de mi gran amiga.




- Bueno Héctor, ya me tengo que ir, además mañana tienes que trabajar... Te dejo para que descanses.


- Listo Soledad, no hay problema. Te agradezco millón que me hayas visitado y haber conversado muchísimo de todo un poco.


- Yo diría que conversamos de absolutamente todo... Nos vemos en una próxima ocasión, te cuidas muchísimo.


- Tú también y gracias por todo.




Me despedí con un poco de nostalgia, pero a la vez con una enorme sensación de tranquilidad y de optimismo pues sentí que le pude contar mis cosas a una gran amiga como es Soledad.




De inmediato cerré la puerta, pero extrañamente la luz estaba apagada. No hice caso a eso y me acosté nuevamente en mi cama. Abracé a mi almohada y me dormí con la lección que Soledad me dejó: Todo es posible en esta vida.




Al día siguiente desperté con un optimismo inigualable, el sol complementaba ese calor y ese color vivo de juventud; y me sentí el hombre más feliz del mundo.






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