Peluqueros de antaño



En algunas peluquerías antiguas el olor a lavanda y talco era un característico aroma cuando se ingresaba a una de ellas, mientras que los peluqueros que en muchos de los casos también realizaban la labor de barberos, lucían impecables un mandil blanco con bolsillos en la parte inferior donde guardaban las peinillas y tijeras.



El conocido corte normal o cadete era el estilo que generalmente los varones solicitaban antiguamente, en tanto que el candado, chiva y bigote tipo Chaplin eran los modelos de barba más comunes.

Recuerdo que de niño iba a una de esas peluquerías y me sentaban en una silla hidráulica de metal, donde, en mi caso, el peluquero colocaba una caja de madera encima del asiento para poder elevarme más y estar a la altura de él. Han pasado cerca de catorce años desde la última vez que mi padre me llevó donde el peluquero de “toda la vida”. El que le cortó a mi abuelo, a mi padre e incluso a mí.

Ahora, con 25 años de edad, quise evocar esos recuerdos y decidí salir en busca de esas peluquerías antiguas en la Alborada. No fue difícil encontrarlas, el característico poste de barbero, que es una especie de cilindro de plástico o vidrio que en su interior tiene franjas de colores rojo, blanco y azul que giran y dan la impresión de que fueran espirales, me avisaba que había una peluquería.

Experto en pulir barbas
Washington Cevallos, de 56 años, aún conserva intactas dos sillas hidráulicas de metal, recuerda que una de ellas le costó 2.000 sucres, aunque no sabe en qué año las adquirió.

Oriundo de Píllaro, provincia de Tungurahua, Washington aprendió de su tío la habilidad de cortar cabello cuando apenas tenía 8 años de edad. De adolescente estuvo de paso por Quito, donde laboró pocos años hasta que arribó a Guayaquil hace 26 años.

Tuvo su primer negocio propio en La Prosperina, “por la estación de la 49”. Un amigo lo invitó a la Alborada para que trabajara con él. “En la peluquería Puga trabajé dos años y medio como ayudante y ahí ya me abrí y me puse mi propio local en la Alborada; ya tengo 22 años aquí”, comenta.

La peluquería de don Cevallos como lo conocen sus clientes, atiende de lunes a domingo, de 09:00 a 21:00. Está en la Alborada, cuarta etapa, avenida José María Egas, mz. DM, villa 2. “No hay como descansar en una profesión como esta, no hay sueldo fijo, nosotros vivimos de nuestros clientes”, indica.

Dice que cuando los clientes llegan a su local “saludan y se sientan, de inmediato les corto el cabello porque ya conozco qué corte desean”, comenta Washington. Mi padre hacía lo mismo y el peluquero ya sabía el estilo que era de cortar.

En cuanto a las barbas, los clientes le solicitan diferentes modelos, en especial el candado, “pero el que es lampiño es muy difícil que le crezca barba”, expresa entre risas Washington.

Un carisma para los niños
Una cuadra más adelante está la Peluquería Puga. Su propietario, Sergio Puga Andrade, de 56 años, puso su negocio en la ciudadela hace 25; siempre ha estado ubicada en la quinta etapa de la Alborada, mz. IH, villa 2, también sobre la avenida José María Egas.

“Los clientes que conocí en ese tiempo ahora me traen a sus hijos o a sus nietos”, cuenta Sergio, que aprendió esa habilidad a los 11 años de su padre Celio, que también era peluquero.

Sergio buscó la manera de pulir más la técnica de cortar cabello y por esa razón realizó cursos y talleres, incluso fue ayudante de su padre, que se oponía a que él siguiera con esa profesión, “pero vencí y ahora llevo cuarenta años en el oficio”, menciona.

A los 20 años vino a Guayaquil desde su natal Ibarra y abrió la peluquería Argentina, en las calles Tungurahua y Ayacucho. Hasta que en el 86 llegó a la Alborada, donde actualmente se encuentra su negocio que lleva su apellido, ahora más amplio y con un ambiente exclusivo para mujeres y un área dedicada a los niños.

“Tenemos una sección de juegos para niños para que no se estresen o lloren hasta que sean atendidos, les doy un caramelito o un juguetito para que se entretengan mientras les corto el cabello”, explica Sergio que dice tener un carisma especial para ellos.

Sergio también posee una silla hidráulica que la heredó de su padre. Él calcula que tendrá más de 40 años de antigüedad, así como otra que la adquirió por cuenta propia. Menciona con nostalgia que “la brillantina líquida o pasta quedó olvidada y ahora ha sido reemplazada por el gel”.

Lo mismo ocurrió con las lociones que se usaban antes como la colonia Jockey Club versión lavanda o madera, cuyo aroma aún perdura en la memoria de muchos. Esta loción se la colocaba con algodón, ardía un poco y servía para desinfectar los cortes, refrescar y oler bien.

De albañil a peluquero
Siguiendo en la misma dirección, en la tercera etapa de la Alborada, encontré la peluquería de Pedro Saldaña Maldonado, de 70 años de edad y con 20 en la ciudadela. “Laboré 24 años en el Municipio de Guayaquil, de ocho años como hombre de músculo como albañil y los demás me pasaron a la peluquería porque se dieron cuenta de que tenía el arte de cortar cabello”, recuerda.

Su vocación por dedicarse a la profesión de peluquero surgió cuando se dio cuenta de que se había quedado sin trabajo. “Mi maestro fue mi propio peluquero, él me enseñó y yo practicaba cortando el cabello a niños de escasos recursos y las mamás se daban cuenta de que cortaba bien y me los traían”, indica Don Pedro, como se llama su peluquería.

Este artesano guayaquileño comenta que vivió en la época donde existía la máquina manual y la navaja que se la afilaba y se la “curaba” con una suela de cuero.

Los tres peluqueros coinciden en sus precios, cada corte de cabello o de barba cuesta $ 3.

El vaso de quáker que los artesanos del cabello ofrecían a sus clientes quedó en el olvido; era una cortesía para que el cliente se sintiera cómodo mientras esperaba su turno.

Ahora la mayoría de peluquerías son modernas, con nuevos equipos, dejando enterrado en el pasado el aroma a talco y lavanda, y reemplazándolo por el fuerte olor a tintes de cabello.


Insignia
El poste de barbero es una señal empleada por ellos para indicar el lugar donde llevan a cabo su trabajo. Los colores representan la bandera de EE.UU.


“Me gusta cortarme aquí, corta muy bien don Washington. Me gusta el corte cadete porque es el más fresco para esta temporada de calor”.
Carlos Alvarado
Cliente de la Peluquería Cevallos


“Él inventó el corte al gel que es para los que tienen cabello largo y lo deja en una sola punta, y cuando se lava el cabello queda igualito, no se levanta”.
Carmen De Puga
Esposa de Sergio



Nota: Texto también publicado en Viva Alborada
Texto y Fotos: Héctor Pérez Name

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