Polos no tan opuestos
Publicado por:
Joyce Falquez / @JoyceStella
Estudiante de Comunicación Social
Universidad Católica de Santiago de Guayaquil
Joyce Falquez / @JoyceStella
Estudiante de Comunicación Social
Universidad Católica de Santiago de Guayaquil
El viaje fue mencionado hace semanas, pero aún no nos decidíamos. Fue ese mismo día que armamos maletas y decidimos llamar a un taxi amigo para llegar al terminal de forma rápida y segura. Efectivamente llegamos rápido, pero ¿hay seguridad? En todo el trayecto el “taxista” casi se choca 2 veces. Pitaba frecuentemente y si yo hubiera manejado mi madre hubiera pegado el grito al cielo y preguntado cómo pase el curso de conducción. ¡Llegamos! Le pagamos el precio que nos dijo, algo caro, pero al fin de cuentas llegamos.
Nos dirigimos directamente a comprar los boletos. Fuimos las primeras... y únicas en el bus. El bus interprovincial arrancó para mi sorpresa 8 en punto solo con dos pasajeros. Sin embargo, en el transcurso del viaje parecía que íbamos dentro de la ciudad. Paradas, paradas y paradas, recogiendo pasajeros y así llenar su cuota. Tanto así que demoramos dos horas más de las estimadas en llegar. Claro que no podían faltar los vendedores. En el transcurso de todo mi viaje subían y bajan vendedores de comida, todo lo que se pueda imaginar, desde bebidas hasta almuerzos completos. Desde el grito de “Choclo, choclo” hasta el resumen de la biografía de un colombiano que vendía pulseras y el elaborado discurso de un vendedor de productos naturales.
Debo admitir que en el transcurso de mi viaje en la sierra ecuatoriana, nunca escuche nuestro tan conocido “Pare chófer”. Todos decían “Gracias” y bajan cuidadosamente, sin ninguna frenada brusca o mala cara. Eso si, los buses iban con mayor cantidad de pasajeros de la que deberían. De pie, sentados junto al conductor, en la puerta.. ¡Donde sea! ¿Por qué los conductores dejan que eso suceda? ¿Por qué nosotros también lo permitimos? Y mientras me preguntaba eso, el carro se detenía y al ver por mi ventana, un bus se había volcado y personas estaban ayudándolas. Todos los pasajeros enfocados en lo que veían a través de la ventana y yo sólo rezando que no suceda nada hoy, no en este bus.
Sin embargo, algo que note es como el tránsito en la ciudad de Ambato es distinto al de Guayaquil. No hay tantos semáforos, especialmente donde está ubicado un redondel con tantas calles que se unen solo hay “Ceda el paso”. Mi madre quién me acompañó dijo, “Si fuera Guayaquil ya hubiera un choque”, asentí dándole la razón. Me pregunto el por qué de la situación y sin pensarlo dos veces respondí “Hay menos carros” Pero ¿Realmente manejan mejor por que hay menos carros en las calles? ¿Acaso los guayaquileños por el tráfico manejamos a la defensiva? ¿O es por nuestra actitud de “sabido? Llegamos a nuestro destino y el taxista marcó un dólar. Las dos nos bajamos anonadadas. Desde entonces subíamos sin preguntar, sin negociar el precio.
Ya de regreso a Guayaquil el carro no hizo tantas paradas, supongo que era porque iba relativamente lleno. Una parada en Pallatanga y una en Durán. Igual que a la ida, los vendedores subían y ofrecían sus productos. No fue hasta que llegamos a Guayaquil que el bus frena bruscamente, justo en la virada para el terminal. Debo decir que todo el trayecto fue tranquilo hasta eso (y debo añadir que había un vigilante dirigiendo el tráfico.) Bajamos por fin agotadas en busca de un taxi. Dimos la dirección, negociamos el precio, refunfuño y con “ya, está bien” subimos. Le pedimos que entrará a la ciudadela y le advertimos que debía dejar una credencial (algo que nunca hacemos pero cargábamos maletas) y con mala cara, que pude ver por el retrovisor, lo hizo. Le pagamos y dije por fin en casa... ahora regresemos a Ambato.
Nos dirigimos directamente a comprar los boletos. Fuimos las primeras... y únicas en el bus. El bus interprovincial arrancó para mi sorpresa 8 en punto solo con dos pasajeros. Sin embargo, en el transcurso del viaje parecía que íbamos dentro de la ciudad. Paradas, paradas y paradas, recogiendo pasajeros y así llenar su cuota. Tanto así que demoramos dos horas más de las estimadas en llegar. Claro que no podían faltar los vendedores. En el transcurso de todo mi viaje subían y bajan vendedores de comida, todo lo que se pueda imaginar, desde bebidas hasta almuerzos completos. Desde el grito de “Choclo, choclo” hasta el resumen de la biografía de un colombiano que vendía pulseras y el elaborado discurso de un vendedor de productos naturales.
Debo admitir que en el transcurso de mi viaje en la sierra ecuatoriana, nunca escuche nuestro tan conocido “Pare chófer”. Todos decían “Gracias” y bajan cuidadosamente, sin ninguna frenada brusca o mala cara. Eso si, los buses iban con mayor cantidad de pasajeros de la que deberían. De pie, sentados junto al conductor, en la puerta.. ¡Donde sea! ¿Por qué los conductores dejan que eso suceda? ¿Por qué nosotros también lo permitimos? Y mientras me preguntaba eso, el carro se detenía y al ver por mi ventana, un bus se había volcado y personas estaban ayudándolas. Todos los pasajeros enfocados en lo que veían a través de la ventana y yo sólo rezando que no suceda nada hoy, no en este bus.
Sin embargo, algo que note es como el tránsito en la ciudad de Ambato es distinto al de Guayaquil. No hay tantos semáforos, especialmente donde está ubicado un redondel con tantas calles que se unen solo hay “Ceda el paso”. Mi madre quién me acompañó dijo, “Si fuera Guayaquil ya hubiera un choque”, asentí dándole la razón. Me pregunto el por qué de la situación y sin pensarlo dos veces respondí “Hay menos carros” Pero ¿Realmente manejan mejor por que hay menos carros en las calles? ¿Acaso los guayaquileños por el tráfico manejamos a la defensiva? ¿O es por nuestra actitud de “sabido? Llegamos a nuestro destino y el taxista marcó un dólar. Las dos nos bajamos anonadadas. Desde entonces subíamos sin preguntar, sin negociar el precio.
Ya de regreso a Guayaquil el carro no hizo tantas paradas, supongo que era porque iba relativamente lleno. Una parada en Pallatanga y una en Durán. Igual que a la ida, los vendedores subían y ofrecían sus productos. No fue hasta que llegamos a Guayaquil que el bus frena bruscamente, justo en la virada para el terminal. Debo decir que todo el trayecto fue tranquilo hasta eso (y debo añadir que había un vigilante dirigiendo el tráfico.) Bajamos por fin agotadas en busca de un taxi. Dimos la dirección, negociamos el precio, refunfuño y con “ya, está bien” subimos. Le pedimos que entrará a la ciudadela y le advertimos que debía dejar una credencial (algo que nunca hacemos pero cargábamos maletas) y con mala cara, que pude ver por el retrovisor, lo hizo. Le pagamos y dije por fin en casa... ahora regresemos a Ambato.
La actitud al manejar depende de tantas cosas... no solo de la actitud de "sabido" aunque en parte si por razones culturales, pero la cultura también se forma por medios geográficos incluso el clima afecta, no es lo mismo estar en un carro sin aire acondicionado en Guayaquil que en cualquier parte de la Sierra y por el clima la gente en las costas suele ser un poco más agresiva y movida que en los lugares fríos claro no es excusa porque debemos aprender a controlar nuestras emociones... Pero siendo realistas a quién le importa aprender a gobernar las emociones...
ResponderEliminarIntento de cronica...
ResponderEliminarmuy bonito felicidades!!
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